EL
ESPÍRITU DE CONTRADICCIÓN
Todos hemos conocido a
personas que siempre quieren tener razón, que discuten con todo el mundo sólo
por llevar la contraria. Con sus discusiones no buscan la verdad, sino
demostrar a toda costa que nunca se equivocan. Claro que ellos no se dan cuenta
y suelen creer de buena fe que el otro está equivocado. Ante una discusión, ¿a
quién haremos caso?, ¿quién logrará convencer al otro?, ¿triunfará la verdad?
Quienes conocen el mecanismo sicológico de las discusiones saben que lo de
menos es el hecho de conocer la verdad. Lo importante es la actitud del
carácter, es decir, la tendencia a contradecir. Si no se suprime esta
tendencia, cuya causa ya veremos, las polémicas se eternizan y se agrian cada
vez más. La inmensa mayoría de individuos discutidores no buscan la verdad,
aunque ellos conscientemente lo creen y lo afirman. No se dan cuenta de que el
error sólo los puede conducir a la confusión, acarreándoles perjuicios y
sufrimientos. Pero los discutidores necesitan ante todo afirmar su propia
personalidad y algunas veces incluso derrotar y humillar a su contrincante. No
pueden admitir que se han equivocado, porque entonces sufriría su “yo ideal”, y
se sentirían inquietos y angustiados. Por ello, automáticamente, intentan
evitar este sufrimiento.
Cuando se busca
realmente la verdad no se discute, se delibera. Veamos la diferencia:
1- La deliberación es una
conversación tranquila y calmada, sin acaloramiento ni excitaciones, en la que
ambas partes desean sinceramente encontrar la verdad. Es conveniente y hasta
necesaria en muchos problemas que pueden presentarse. Todas las desavenencias
deberían resolverse en esta forma tranquila de deliberación, en la cual ninguno
pretende convencer al otro, sino únicamente hallar la verdad o lo más conveniente
para el interés común.
La persona insegura
tiene inconscientemente un miedo a ceder, porque cree que perdería algo de su
prestigio; pero se equivoca, pues el que es capaz de reconocer sus errores y
confesarlos demuestra tener claridad mental y nobleza de ánimo, por lo cual a
la larga despierta simpatía y comprensión.
2- La discusión. en
cambio, es un estado de excitación de las personas durante el cual se
despiertan y salen a la superficie sentimientos de agresividad acumulados en el
subconsciente. Por este mecanismo, las discusiones repetidas suelen volverse
cada vez más violentas, y durante ellas el sujeto revela sus ideas
perturbadoras y complejos a los demás. Generalmente, los argumentos y conceptos
que salen a relucir durante el acaloramiento ya nada tiene que ver con el
asunto que motivó la discusión.
Existen diferentes tipos
de discusiones:
a) Discusiones
superficiales, las cuales provienen muchas veces de un mal humor por causas
externas de la persona, y se calman pronto. Las disputas habituales de ciertos
matrimonios son un ejemplo de estas discusiones.
b) Discusiones
profundas, en éstas la persona siente la necesidad de salvar a toda costa su
falso yo y herir al otro. Son agrias y graves. Generalmente se originan por
fuertes ideas perturbadoras productoras de un sentimiento de inferioridad. Y
ahora viene lo importante: una vez acostumbrado el individuo a discutir, como
el problema causante sigue existiendo en su personalidad, las disputas se
repiten cada vez con más frecuencia.
¿Cuál es el mecanismo de
esta alteración del carácter? Se trata de personas con su subconsciente cargado
de inseguridad y agresividad. Ésta se manifiesta en forma de discusiones, que
son como peleas mentales; además sienten la necesidad de afirmar su
personalidad, debido a que en lo profundo de ellas, sin que generalmente se den
cuenta, existe una falta de confianza en sí mismas, un sentimiento de
inferioridad. De ahí que el sujeto no busque la verdad en la discusión, sino el
triunfo de su “falso yo” y el poder terminar diciendo a los demás y a sí mismo:
“¿Veis como tenía yo razón?”, porque si aceptara que se ha equivocado sentiría
el aguijón del sentimiento de inferioridad.
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